martes, 10 de junio de 2014

´VIDA DE JOSÉ G. ARTIGAS

La vida del héroe de José Artigas narrada para niños

Versión completa del libro del mismo título (Aula, Montevideo, 1990).
19 de Junio de 1764
Comienza el invierno.
El ruido de los carruajes, el galope de los caballos, las voces de la gente rompen, aquí y allá, la tranquilidad de la pequeña ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo.
Un grupo de vecinos vestidos "a lo cabildante" va hacia la casa donde viven los Artigas.
Al rato salen todos llevando un niño nacido dos días antes.
Van hacia la Iglesia Matriz, donde luego de realizada la ceremonia queda en la hoja 209 del Libro I de Bautismos la siguiente anotación:
"Día diez y nueve de junio de mil setecientos sesenta y cuatro nació José Artigas, hijo legítimo de don Martín José Artigas y de doña Francisca Antonia Arnal, vecinos de esta ciudad de Montevideo".
Todos están contentos.
Los padres y los abuelos más que nadie.
Sin duda, el abuelo de recién nacido recuerda en ese momento cuánto tiempo pasó desde que abandonó su Puebla de Albortón, en España, para venir a América.
Don Juan Antonio Artigas, que este es el nombre del feliz abuelo, había llegado al Río de la Plata e 1716 y desembarcado en Buenos Aires, que, por ese entonces, era muy pequeña.
Era la época en que los portugueses buscaban atrevidamente fundar pueblos en la orilla oriental del río, para poder extraer mercaderías de contrabando y embarcar los cueros que faenaban a ocultas.
Cuando un gobernador de Buenos Aires, llamado Bruno Mauricio de Zabala, vino a fundar un fuerte en la bahía de Montevideo, Juan Antonio resolvió acompañarlo en esa difícil empresa junto a su esposa, doña Ignacia Carrasco, y sus hijos.
De esto hacía treinta y ocho años.
Pocas familias habían venido y con la ayuda de indios tapes, luego del reparto de solares que había delineado Millán, levantaron esta ciudad de Montevideo, sus murallas, su fuerte, su ciudadela, el Cabildo, la iglesia...
Y ahora esa población ha crecido. Ya cuenta con varias centenas de pobladores: muchos comerciantes, algunos hacendados, militares, varios artesanos, empleados, peones de barracas, esclavos. Tiene calles rectas y anchas, casas construidas con ladrillos, y algunas de ellas tienen azotea.
Juan Antonio Artigas se siente orgulloso y feliz de que su familia y su ciudad crezcan.
¿Qué llegará a ser su nieto para esta ciudad y esta tierra que él había defendido y quiere tanto?
Seguramente un hombre de provecho, se dice el buen abuelo.
Diez años después
La sala de la casa colonial está arreglada a la usanza de la época: en medio de su amplitud se pierden tres o cuatro sillones y sofás tapizados. Los muebles rodean una rica alfombra, orgullo de la madre de José.
Como otras tardes, han venido varias vecinas de visita.
Mientras pasan el rato charlando, la dueña de casa las convida con mate y con ricos pasteles que ha comprado a la pregonera.
Doña Francisca está orgullosa de cómo le va a José en el colegio de los Padres Franciscanos. Un compañero llamado Nicolás de Vedia dice que José es el alumno más destacado de la clase.
-José ya domina los números y las cuentas; ha aprendido a leer en el silabario y escribe con una letra pareja y grade -dice, contenta, la madre.
La conversación pasa a otros temas.
Se han abierto más tiendas en la ciudad y las señoras se alegran porque así podrán recorrer más comercios para elegir zarazas y muselinas o para comprar las peinetas, las cintas y hasta el agua de azahar.
Se acuerdan de la época en que las mercaderías que venían de España eran desembarcadas en Centroamérica, desde donde eran llevadas por el océano Pacífico hasta el Perú y luego, en carretas, pasadas por Córdoba para llegar a Buenos Aires y Montevideo.
-Pero ahora, aunque no hacen un recorrido tan largo, igual están carísimas todas las cosas.
-Pero si alguno trae objetos desde el Brasil, escapándoles los impuestos, se puede comprar mucho más barato.
-¡Y cuántas dificultades hay para vender los cueros y tasajos que se prepara en la campaña! Sé de varios hacendados a los que se les perdió todo lo que habían producido, por esta obligación de vender a España.
-¡Mandan tan pocos barcos por año!
Cuando se disponen a hablar de los arreglos que hay que hacer en la iglesia, se sienten los cañonazos que anuncian el cierre de los portones de San Juan y de San Pedro, pues se ha ocultado el sol.
Las amigas guardan entonces sus abanicos, acomodan sus mantillas y se despiden rápidamente para llegar a sus casas antes de que oscurezca.
¡Están tan deshechas las calles de Montevideo!
Hacia el Sauce
Toda la familia está pronta para partir a la estancia del Sauce, que había heredado doña Francisca Antonia de sus padres.
Jerónimo y Joaquín, los esclavos de la familia, suben al carruaje un baúl con todos los materiales que les han de hacer falta allá.
José se despide con lástima de ellos porque los quiere.
Los mira y recuerda lo que tantas veces le han contado.
Estos hombres habían sido cazados en sus poblaciones africanas. Luego, encadenados, se los llevaba a la costa, donde eran arrojados a las bodegas de los barcos que los conducirían a América.
Al llegar a estas ciudades se los vendía por doscientos o trescientos pesos a las distintas familias, que los ponían a trabajar en las labores más diversas.
Todos estos relatos los había oído José de boca de los mismos esclavos.
¡Cómo no iba a quererlos, a sentir la injusticia de la esclavitud!
¡Chs, chs!, grita el látigo del conductor.
El carruaje traquetea por los caminos de tierra, por el paisaje despoblado.
De tanto en tanto, una tropa dispersa, un gaucho, un chajá, llaman la atención de los viajeros.
Horas, horas de camino. Hay que buscar los vados para cruzar los arroyos, hay que cambiar los caballos en las postas... mil y un inconvenientes que los viajeros pasan por alto, pensando en los días de alegría que van a vivir en el Sauce.
Al fin aparece a lo lejos la casita de piedras, techada con paja, hacia donde se dirigen.
Cuando llegan, los niños quieren hacer de todo: correr por el campo, ensillar y montar un petiso, ayudar en el ordeñe y en la fabricación de quesos, ir a nadar en el arroyo.
 Nuevos amigos tiene acá José: los hombres que realizan las duras tareas del campo.
Ellos le muestran cómo se arma un lazo y se piala un animal, cómo se manejan las boleadoras, cómo se fabrican con cuero las botas, los sombreros, las cuerdas, los arreos del caballo, las cubiertas para las ruedas de las carretas y las "pelotas" para cruzar los ríos.
Algunos de estos paisanos que ahora son peones de la estancia de los Artigas han trabajado a las órdenes de los faeneros, participado en la matanza que les permitía obtener miles de cueros, cada uno de los cuales valía diez o doce reales.
Otros han formado parte de tropeadas inmensas que llevaban el ganado hasta más allá del río Uruguay.
Otros, en fin, se han hecho expertos en el trabajo de las graserías o en preparar la cecina con tiras de carne que dejaba secar al sol y al sereno.
Pero, además de todo esto, los paisanos enseñan a los hijos de don Martín a vivir casi sin los instrumentos de la civilización, en la mayor sencillez; les enseñan a pensar callados, a ser serenos y fuertes, a buscar siempre la libertad.
José no olvidará jamás estas enseñanzas.
Años de formación
Muy joven empieza José a ayudar en la estancia del Sauce, y lo hace con tanta destreza y capacidad que su padre lo deja al frente del establecimiento.
Cuando tiene dieciocho años se pone a trabajar por cuenta propia. Compra ganado para revenderlo en la frontera, trafica con mercaderías portuguesas, almacena frutos, envía cueros a la barraca de su padre.
Va conociendo el país palmo a palmo y va ganando fama de hombre valeroso e inteligente.
A veces, llega a Montevideo, donde, vestido elegantemente, pasea, visita a las familias conocidas y se hace de nuevos amigos por su trato amable.
Desde 1797 hasta el año 1811, suceden muchos acontecimientos en la vida de Artigas, que van formando su personalidad. Cada año se va haciendo más fuerte, más generoso, más conocedor de los hombres.
Los hechos más importantes de ese período son:
1797: se crea el Cuerpo de Blandengues para vigilar las fronteras y defender de indios y bandoleros a los pobladores de la campaña. Artigas entra en ese regimiento como soldado. Al poco tiempo prueba su valor al capturar un peligroso bandido que se ha guarecido en un monte.
Más tarde es nombrado capitán de milicias, es decir, va ocupar el mismo cargo que habían tenido su padre y su abuelo. Consistía en dirigir las partidas de vecinos que salían a poner orden en la campaña.
1798: Sale de nuevo a campaña, a las órdenes del capitán Aldao. Este muere repentinamente, y Artigas pasa al mando de las tropas, con las que cumple la misión que le encomendaron.
1799: El rey designa a Artigas ayudante mayor del cuerpo de Blandengues. Con su nuevo cargo, pasa a vigilar campos de Maldonado.
1800 y 1801: Queda a las órdenes del capitán Félix de Azara, con quien se instala en Batoví, el 27 de octubre. Allí permanece siete meses. La misión es fundar un pueblo en ese punto de la frontera con el Brasil.
En ese lugar Artigas participa en la expulsión de los portugueses, en el fraccionamiento de los terrenos y en el reparto de tierras que dirige el sabio y militar español.
1802: Solicita permiso para residir en Montevideo, con el fin de restablecer su salud. Pasa en la capital un período prolongado.
1803 y 1804: cumple continuamente misiones en la campaña. El informe que su superior hace llegar al virrey dice que Artigas "se portó con tal eficacia, celo y conducta, que haciendo prisiones de los bandidos y aterrorizando a los que no cayeron en sus manos por medio de la fuga, experimentamos la seguridad de nuestras haciendas"
1805: Se casa con su prima, Rafaela Rosalía Villagrán. Alquila una casita en el barrio del Cordón, por la que paga ocho pesos mensuales.
Un año después nacerá su hijo José María. Al tiempo Rafaela perderá la razón.
1806: El gobernador Ruiz Huidobro lo nombra oficial de resguardo, encargado de vigilar las zonas del Cordón y la Aguada, por ese entonces bastante pobladas.
Ante la invasión de los ingleses y la conquista de Buenos Aires que éstos llevan a cabo, Artigas se presenta al gobernador para integrar la expedición que se prepara para reconquistar la capital del virreinato. Marcha con las fuerzas comandadas por Liniers. Al llegar a Buenos Aires, luchan con los ingleses y los derrotan. Artigas es el encargado de llevar a Montevideo la noticia del triunfo. Mientras viene, la embarcación naufraga, y debe llegar nadando a la costa.
1807: Los ingleses atacan de nuevo. Pero ahora, a Montevideo. Artigas participa en la lucha y, ocupada la ciudad por los invasores, pasa a la Colonia del Sacramento como comandante interino de esa ciudad.
1808 y 1809: Continuamente cumple servicios en la campaña. "Está siempre a caballo, para garantir a los vecinos de los malevos", como escribe él mismo.
1810: De nuevo va al norte a luchar contra los portugueses. En setiembre es designado capitán de blandengues. Se le dan nuevas tareas en Entre Ríos y luego en Colonia.
Allí se encuentra al comienzo de 1811 a las órdenes del brigadier Muesas. El año 11 iba a ser un año de enorme importancia para la vida de Artigas y de toda la patria.
La insurrección
Mucho descontento había en los pueblos americanos al comenzar el siglo XIX.
Los productores criollos se quejaban, pues estaban obligados a vender sus productos solamente a los españoles, en las condiciones que ellos pusieran.
Los comerciantes hablaban de que sus negocios no prosperaban y de que sólo se enriquecían los que representaban a los monopolios españoles.
Los nativos que aspiraban a cargos de gobierno tampoco podían poner en práctica sus ideas e iniciativas, pues esos cargos se llenaban con enviados de España, aunque no conocieran nada de los problemas de estas tierras.
Todo este descontento creció después de las invasiones inglesas. Por un lado, los criollos tuvieron que luchar solos, pues la autoridad mayor española no dirigió la resistencia. Por otro, los ingleses dejaron el ejemplo del comercio libre y, en Montevideo y en Buenos Aires, se vieron claramente sus ventajas.
A la vez, las personas más instruidas recibían continuamente noticias de los movimientos revolucionarios de Francia y los Estados Unidos de Norte América. Y los libros donde se predicaban las nuevas ideas de libertad e igualdad eran conocidos por muchos criollos.
Pero un nuevo hecho se produce. Aunque lejano, va a influir de manera decisiva en nuestra historia. Napoleón, el emperador francés, ha invadido a España y vencido todas sus resistencias.
En 1810, tiene prisionero al rey español, Fernando VII, mientras España es gobernada por José Bonaparte, hermano de Napoleón.
¿A quién deben obedecer ahora los pueblos americanos?
¿A las Juntas que se han formado dentro de España, en los pueblos que aún resisten?
¿A los virreyes, que fueron designados por un rey ahora prisionero?
Todos aceptan la idea de que al recuperar su libertad Fernando él será quien gobierne, pero, mientras tanto, ¿quién tiene la autoridad?
Los americanos, en el año 1808, ya habían formado Juntas en muchas ciudades. Ahora vuelven a hacer lo mismo.
En Buenos Aires, en Caracas, en Quito, en Santiago, se forman Juntas para gobernar en nombre del rey español.
La Junta de Gobierno de Buenos Aires, formada el 25 de mayo de 1810, pide a los demás pueblos del Río de la Plata que reconozcan su autoridad.
En Montevideo, el Cabildo, de acuerdo con los jefes militares españoles, no ve con buenos ojos que se quite el mando al virrey español para reemplazarlo por un grupo donde había criollos. Obstinados, empecinados en el sometimiento total a España, niegan el reconocimiento a la Junta de Mayo.
Montevideo se convierte así en la ciudad del Río de la Plata donde se hacen fuertes los españoles. Pronto, con el nombramiento de Elío como nuevo virrey, será la capital del virreinato del Río de la Plata.
La insurrección del otro lado del río había comenzado en la capital; en nuestra tierra será al contrario: se iniciará en la campaña y buscará llegar a la ciudad de Montevideo, último baluarte de los españoles.
Artigas en la Revolución
Mientras sucedían estos hechos, Artigas seguía a las órdenes del gobierno español.
Él conocía los acontecimientos y pensaba en ellos.
Sabía bien que los españoles gobernaban en forma injusta estas colonias, pues, a pesar de la riqueza que representaba el ganado que poblaba los campos, los que se beneficiaban eran unos pocos comerciantes, los "registreros", mientras el estado de la campaña era cada vez más pobre.
Su misma familia, a pesar de dedicar la vida entera a trabajos campesinos, no había visto acrecentada su fortuna.
Y ahora el gobernador quería poner más impuestos para pagar los gastos que ocasionar la disputa con la Junta de Buenos Aires.
Artigas se enteraba de lo que quería esta Junta.
Y mientras tanto, su prestigio de hombre respetado y querido por todos los orientales se conoce en muchos lugares.
Mariano Moreno, el patriota que dirigía firmemente el gobierno revolucionario de Buenos Aires, ya se había fijado en él y pensado que, si Artigas se incorporaba a las filas revolucionarias, en poco tiempo se conseguirían grandes victorias, por sus conocimientos y su capacidad.
En la Banda Oriental se habían producido algunos movimientos de adhesión a la Junta de Mayo y muchos hombres habían ido a ponerse a la orden de este organismo.
El virrey Elio ve que la situación se agrava para España, día a día. Declara entonces la guerra a la Junta, el 12 de Febrero de 1811.
Cada oriental tiene que decidirse. O está con el virrey o está con la Junta de Buenos Aires.
Artigas piensa. Y resuelve.
El día 15 se va a Buenos Aires. Habla en la Junta. Consigue que le den armas, hombres y dinero para ayudarlo en su empresa.
Se comprometa a "llevar el estandarte de la libertad hasta los muros mismos de Montevideo". Va primero a Entre Ríos a levantar en armas a los paisanos de ese lugar.
Mientras tanto, en nuestra provincia, los pobladores de Soriano se sublevaban. El veintiocho de febrero daban el Grito de Asencio y ocupaban la ciudad de Mercedes.
A partir de ese momento, la revolución no se puede contener.
Manuel Francisco Artigas, hermano menor de José Gervasio, subleva las poblaciones de Maldonado, Minas, San Carlos, Santa Teresa.
Benavidez, Vargas y Manuel Artigas vienen bajando con las primeras tropas orientales y toman en acciones heroicas el Colla, Paso del Rey y San José.
Artigas regresa a la Banda Oriental y marcha a ponerse al frente de las fuerzas patriotas que se dirigen a atacar a Montevideo.
Elio, el virrey, manda un ejército para detener a los criollos.
Los dos bandos se encuentran en Las Piedras, el 18 de mayo de 1811.
Parte de la Batalla de Las Piedras
(Carta enviada por Artigas a la Junta de Buenos Aires)
El 18 amaneció sereno; despaché algunas partidas de observación sobre el campo enemigo, que distaba menos de dos leguas del mío, y a las nueve de la mañana se me avisó que hacían movimientos en dirección a nosotros.
Se trabó el fuego con mis guerrillas y las contrarias, aumentando sucesivamente sus fuerzas, se reunieron en una loma distante un legua de mi campamento. Inmediatamente mandé a don Antonio Pérez que, con la caballería de su cargo, se presentase fuera de los fuegos de la artillería de los enemigos, con objeto de llamarles la atención y retirándose hacerles salir a más distancia de su campo, como se verificó, empeñándose ellos en su alcance; en el momento convoqué a junta de guerra y todos fueron del parecer de atacar.
Exhorté a las tropas recordándoles los gloriosos tiempos que habían inmortalizado la memoria de nuestras armas y el honor con que debían distinguirse los soldados de la patria, y todos unánimes proclamaron con entusiasmo que estaban dispuestos a morir en obsequio de ella.
Emprendí entonces la marcha en el mismo orden indicado, encargando el ala izquierda de la infantería y la dirección de la columna de caballería de la misma a mi ayudante mayor el teniente de ejército don Eusebio Valdenegro, siguiendo yo con la del costado derecho y dejando con las municiones al cuerpo de reserva, fuera de los fuegos.
El cuerpo de caballería, al mando de mi hermano, fue destinado a cortar la retirada al enemigo. Ellos seguían su marcha y continuando el tiroteo con las avanzadas, cuando hallándome inmediato mandé echar pie a tierra a toda la infantería. Los insurgentes hicieron una retirada aparente acompañada de algún fuego de cañón.
Montó nuevamente la infantería y cargó sobre ellos; es inexplicable el ardor y entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos, en términos que fue necesario todo el esfuerzo de los oficiales y mío para evitar el desorden. Los contrarios nos esperaban situados en la loma indicada arriba, guardando formación de batalla con cuatro piezas de artillería, dos obuses de a 32 colocados en el centro de su línea y un cañón en cada extremo de a cuatro.
En igual forma dispuse mi infantería, con las dos piezas de a dos, y se trabó el fuego más activo.
La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería, así en el número como en el calibre y dotación de 16 artilleros en cada una y el exceso de su infantería sobre la nuestra, hacían la victoria muy difícil, pero mis tropas enardecidas se empeñaban más y más y sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria.
El tesón y orden de nuestros fuegos y el arrojo de los soldados, obligó los insurgentes a salir de su posición, abandonando un cañón que en el momento cayó en nuestro poder con un carreta de municiones.
Ellos se replegaron con el mejor orden sobre Las Piedras, sostenidos del incesante fuego de su artillería y como era verosímil que en aquel frente hubiese llegado alguna fuerza cuya reunión era perjudicial, ordené que cargaran sobre ellos las columnas de caballería de los flancos y la encargada de cortarles su retirada, de esta operación resultó que los enemigos quedasen encerrados en un círculo bastante estrecho; aquí se empezó la acción con la mayor viveza de ambas partes; pero después de un vigorosa resistencia, se rindieron los contrarios quedando el campo de batalla para nosotros.
La tropa enardecida hubiera pronto descargado su furor sobre la vida de todos ellos, para vengar la inocente sangre de nuestros hermanos acabada de verter para sostener la tiranía; pero al fin, participando de la generosidad que distingue a la gente americana, cedieron a los impulsos de nuestros oficiales empeñados en salvar a los rendidos.
El primer Sitio de Montevideo
Después de comunicar el triunfo de Las Piedras a la Junta de Buenos Aires, Artigas, lleno de alegría, se prepara a cumplir la última etapa de la lucha: vencer la resistencia de Montevideo, donde se han encerrado los españoles protegidos por las murallas y el mar.
Los patriotas avanzan y acampan en el Cerrito. Allí se aprontan para el asalto a la ciudad.
En décimas y cielitos los criollos cantan ya a la patria libre.
Artigas se imagina que en unos pocos días la Banda Oriental estaría en paz y todos los orientales unidos. Pero se equivocaba cuando pensaba y escribía eso.
Todavía la lucha iba a durar mucho tiempo.
A él mismo lo esperan grandes fatigas, dolores, dudas. Hace pocos días los españoles le propusieron que abandonara a los patriotas a cambio de ventajas personales que ellos le ofrecían.
-Me hacen ustedes un insulto- tuvo que contestarles Artigas.
Ahora espera la orden de atacar la ciudad. No llega aún.
Y él se pregunta:
-¿Cómo no comprende la Junta de Buenos Aires que éste es el momento adecuado para asaltar las murallas de Montevideo, porque los pobladores están descontentos entre el hambre y las enfermedades?
¿Por qué demora tanto en llegar la orden de ataque?
Se lo ha preguntado a Rondeau, que tiene el mando general del ejército sitiador. Pero Rondeau no responde.
Sin embargo, este hecho tiene una explicación.
Elío, que ahora tiene el título de virrey, está usando en este momento hábiles recursos: mientras espera que lleguen nuevas tropas españolas a auxiliarlo, busca el apoyo del ejército portugués y bloquea con su flota el puerto de Buenos Aires.
La Junta de Buenos Aires, por otra parte, ha recibido la noticia de la derrota de sus fuerzas en el Alto Perú.
Y a fines de julio ya se sabe que los portugueses han invadido el territorio oriental.
Por todo esto, las autoridades de Buenos Aires están dispuestas a entrar en tratativas con Elío.
Artigas no se conforma, habla con Barreiro, discute con Rondeau, entera a los vecinos, alerta a la tropa: quieren decidir entre porteños y españoles el futuro de nosotros, los orientales.
Artigas tiene en sus manos la "Gaceta de Montevideo".
Allí se comentan las condiciones que ponen los españoles para el trato: se suspenderá la lucha y quedará la Banda Oriental bajo el gobierno de Elío.
Artigas no se convence de que esas condiciones puedan ser aceptadas por la Junta.

El armisticio
El 10 de setiembre, Rondeau reúne a los vecinos en la panadería de Vidal para que los delegados de Buenos Aires les expliquen las negociaciones que se están celebrando.
Oigamos:
-El ejército portugués avanza sobre este territorio-argumenta un representante porteño.
-Que salga nuestro ejército al encuentro de los portugueses- contestan los patriotas.
-¿Y cómo mantenemos el sitio si se va el ejército?
-Las familias tomaremos las armas; todos los vecinos nos comprometemos a mantener a Montevideo sitiada.
-No tenemos armas para enviarles- dice otro porteño.
-Pelearemos con las uñas y los dientes: esa es nuestra decisión.
Finalmente, los patriotas consiguen que no se levante el sitio, pero sólo será por pocos días.
El 7 de octubre se reinician las negociaciones entre porteños y españoles.
El ocho los vecinos piden nueva asamblea. Esta se lleva a cabo el día diez en la quinta de la Paraguaya y allí el pueblo oriental elije a su Jefe.
Las gentes creen en Artigas, lo respetan, lo siguen.
El gobierno de Buenos Aires, que ahora está en manos de 3 personas, dice que es aliado de Artigas. Pero en realidad le teme.
Le teme porque su prestigio es muy grande y ellos, por el contrario, sólo han sufrido derrotas. Pero lo más importante es que las ideas de Artigas son de igualdad para todos los pueblos y ellos se empeñan en manejar todo en provecho de Buenos Aires.
Diez días después se firmará el armisticio con las cláusulas pedidas por el español Elío: el ejército criollo abandonaría el territorio oriental que quedaba bajo la autoridad de los españoles; éstos se comprometían a pedir el retiro de los portugueses, a levantar el bloqueo de Buenos Aires y cesar la lucha en el Alto Perú.
El pueblo oriental había sido sacrificado.
De acuerdo con el tratado del 20 de octubre de 1811 las tropas orientales deben retirarse del sitio y quedará de nuevo toda la extensión de la Banda Oriental bajo el gobierno del español Elío.
Para el pueblo oriental, perder por un arreglo entre porteños y españoles lo que habían ganada en duras luchas era la derrota, "la redota", como ellos decían mal.

La Redota
El veintitrés de octubre se inicia la marcha hacia el norte.
Pero a medida que se van retirando las fuerzas patriotas, familias enteras las empiezan a seguir.
¡Cómo se van a quedar si allí en ese ejército se van sus hijos, se van sus hermanos, se va Artigas!
Ellos marcharán también. ¡Al norte!
Por las cláusulas del armisticio es el ejército el que debe marcharse.
Por la decisión de los orientales, será el pueblo, los soldados y los campesinos, los indios y los gauchos, la nación toda la que marchará hacia una tierra libre.
El treinta de octubre llegan a las puntas del arroyo Grande.
El tres de noviembre la caravana está haciendo un alto en la cuchilla del Perdido. Junto a una carreta, Artigas dicta una carta a la Junta del Paraguay.
Un hombre, su mujer, un anciano y tres niños se acercan en ese momento al Jefe de los Orientales.
-Nuestra casa queda del otro lado del arroyo- le dice el paisano-. Esta es mi familia. Ahí abajo dejamos un carro con lo más necesario. ¿Podemos seguir con ustedes?
Artigas les explica que la misión que él tiene es retirarse con su ejército hacia el norte. Es preferible que regresen a su casa, porque él no podrá ampararlos.
-No tenemos casa. Hemos quemado los ranchos y los muebles- es la respuesta de la mujer.
Artigas intenta convencer también a esta familia de que la gente lo retarde, de que la marcha es muy dura y ellos no tienen nada para ofrecerles, de que no siempre podrán escoltarlos, estarán expuestos a las tormentas...
-Si usted no nos lleva, nosotros quedaremos acá a merced de los bandidos portugueses que hay por toda la campaña y del odio de Elío que no perdona a los orientales que hemos peleado contra los godos.
Artigas siente admiración por toda esta gente. Y aunque no lo dice, se alegra de que su pueblo tome esa decisión, se empeñe en ser libre a pesar de todos los sacrificios.
También esa familia irá. Muchas más irán.
Seguirán sumándose cientos de familias a las que es imposible contener en sus casas.
"Yo llevaré muy en breve a mi destino-termina la carta al Paraguay- con este pueblo de héroes y al frente de seis mil de ellos que obrando como soldados de la Patria, sabrán conservar sus glorias en cualquier parte, dando continuos triunfos a su libertad".
Por el paso del Yapeyú, donde cruzarán el río Negro; por Paysandú, adonde llegará el veinte de ese mes, poblaciones enteras seguirán detrás de Artigas, dejando desierta la patria esclavizada.
A menudo Artigas recorre con la vista la caravana que se pierde en el horizonte: entre las carretas de lento rodar, los carruajes, las rastras cargadas de bolsas y herramientas, ve grupos de criollos hablando, madres que atienden a sus recién nacidos, negros libertos que se incorporaron al servicio de la patria, ancianos que saben que morirán en la marcha.
Y más allá tropillas de animales, cuyos mugidos se mezclan con los relinchos de los caballos que van y vienen, con los ladridos, con el rasguido de las guitarras, con el vocerío de los niños.
A la cabeza de su pueblo, Artigas continúa la marcha.
***
En el Ayuí
La caravana continúa hasta el Salto Chico, donde se instala.
"Toda esta costa del Uruguay quedó poblada de familias; unas bajo las carretas, otras bajo los árboles y todos a la inclemencia del tiempo", pero tan conformes y a gusto, que causa admiración y da ejemplo" dice un capitán paraguayo que llega a hablar con Artigas.
Aprovechando las bajantes del río en verano, los orientales cruzan el río Uruguay frente al Salto.
Luego siguen la marcha hasta acampar a orillas del arroyo Ayuí.
Allí esperarán el momento oportuno para entrar de nuevo a reconquistar el suelo nativo.
Dura es esta vida para tantas familias.
Artigas se da cuenta.
Está solo, pensando.
De pronto, empieza a caminar. Y cuando sienten sus pasos, los criollos cambian sus caras tristes, fingen alegría, para que el Jefe no vea el llanto que quiere escapar de sus ojos.
Todo esto ve Artigas. Todo lo comprende.
Un enviado de Buenos Aires escribe: "Los soldados hacían ejercicios de fusil y carabina con unos palos a falta de estas armas".
Hasta se ha montado una fundición en la que se preparan lanzas y cuchillas con los herrajes de las carretas que se terminan de romper.
En medio de esta pobreza, no se permite la menor falta: se castiga duramente a los que roban; se ha llegado a fusilar a dos hombres que asaltaron a un comerciante: "Vi el sentimiento de humanidad, dice Artigas al firmar la sentencia, pero respeté el grito de la justicia".
Una tarde llega al campamento Sarratea, un comerciante y político hábil, a quien el gobierno de Buenos Aires ha nombrado general en jefe del Ejército del Norte.
Según el nombramiento, Artigas debe reconocer la autoridad de Sarratea y ponerse a sus órdenes.
Es una injusticia que cometen con él, pero no es la primera.
Ya se va acostumbrando a que le quieran quitar el mando.
Artigas reconoce a Sarratea como general de las fuerzas, pero renuncia, en ese momento, al grado de coronel que le habían dado los porteños.
Él tiene una dignidad mayor dada por el pueblo: él es el Jefe de los Orientales.

Los enemigos de Artigas
El gobierno de Buenos Aires, una vez alejado Moreno, había quedado en manos de fuertes comerciantes cuyo interés era traer grandes cantidades de mercaderías, aunque se agotara el tesoro de estas naciones y aunque se perjudicaran las pequeñas industrias que empezaban a formarse en el Río de la Plata.
A poca distancia del campamento artiguista, Sarratea instala su estado mayor y se apronta para cumplir su misión de destruir el poder de Artigas para dominar a los orientales. Para eso Sarratea emplea muchas armas: primero ofrece grados y honores a los oficiales de Artigas para que se vayan con él. Algunos lo aceptan.
Después Sarratea divide al ejército oriental, quedándose con los mejores batallones y dejando a los otros licenciados para que vuelvan a sus hogares.
Tras esas órdenes, Sarratea vuelve a Montevideo, ordenando a Artigas que lo siga. Artigas dice que no:
-Esas órdenes no se cumplirán. El pueblo y el ejército oriental son una sola cosa. Todos deben ir juntos. Y ningún oriental puede aceptar el mando de un intrigante.
Tal es la respuesta de Artigas.
Hacia Montevideo
Salen los ejércitos hacia Montevideo. Pero ya no son más ejércitos aliados.
Artigas hostiga a los porteños.
Rondeau, oficial del ejército de Sarratea, se adelanta con sus tropas y llega a las murallas de Montevideo en octubre de 1812.
Pero ya José Culta, un paisano valiente, al frente de doscientos criollos, había sitiado la ciudad.
***

Buscando la ciudad de Montevideo, continúa la marcha de los dos ejércitos.
Cuando están a la altura del Yí, el 25 de diciembre de ese año, Artigas escribe a Sarratea: " El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual. Las tropas que se hallan bajo las órdenes de V.E. serán siempre el objeto de nuestra consideración, pero de ningún modo V.E.
***
El día de fin de año de 1812, los españoles intentan salir de Montevideo para destrozar a las fuerzas patriotas.
Pero se llevan una derrota total en las inmediaciones del Cerrito.
***
Artigas se niega a incorporar su ejército al sitio mientras Sarratea comande el ejército criollo.
El jefe porteño recurre a nuevos ardides. Instiga a las tropas de Artigas a que lo abandonen; lo declara traidor a la patria; por último, planea su muerte.
Algunas de sus maniobras serán tan ruines que sus propios oficiales pedirán su destitución.
El gobierno de Buenos Aires, que ahora está desempeñado por un nuevo triunvirato, destituye a Sarratea y designa como jefe del ejército que opera en la Provincia Oriental a José Rondeau.
Una vez alejado Sarratea, las tropas de Artigas, acampadas en las cercanías, se unen a los porteños.
Nuevamente han quedado los empecinados españoles encerrados en Montevideo.
Orientales y porteños vigilan sus movimientos, prontos a terminar con el dominio español.
Han pasado un sinfín de penurias para llegar a la misma situación que ya tenían en 1811.
Pero esos dieciocho meses han servido para que el pueblo oriental se uniera, se organizara, nombrara su jefe, afirmara sus ideales.
Ahora son mucho más fuertes.
***
El Congreso de Abril
A poca distancia de los muros de Montevideo, en una hermosa quinta propiedad de la familia Cavia, está viviendo José Artigas, en marzo de 1813.
Hace unos días recibió la orden de reconocer la Asamblea Constituyente convocada por el gobierno de Buenos Aires. Esta Asamblea era creada para organizar las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata, es decir, el gobierno que las comprendería a todas.
Artigas no quiere resolver el reconocimiento por sí mismo. Entiende que es todo el pueblo oriental el que debe opinar y pide que en cada lugar se nombre a representantes para discutir ese asunto.
La reunión se hará en la quinta de Cavia, cuyo paraje la gente llama Tres Cruces.
Al llamado de Artigas han venido vecinos desde lejanas poblaciones: desde Soriano, desde Maldonado, Canelones, San José, y se unen a los representantes de Montevideo.
En una modesta pieza de la casa se congregan los patriotas el 5 de abril de 1813.
Artigas explica: "La Asamblea, tantas veces anunciada, empezó ya sus funciones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, si pasase a resolver por mí una materia reservada sólo a vosotros. Bajo ese concepto yo tengo la honra de proponeros tres puntos:
1) Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea General.
2) Proveer de mayor número de diputados que sufraguen por este territorio en dicha asamblea.
3) Instalar aquí una autoridad que establezca la economía del país". 
Durante el día 5 se discuten los dos primeros puntos.
Luego de cambiar ideas todos los asistentes, se resolvió participar en la Asamblea General, siempre que se reconociera públicamente la mala conducta del representante de Buenos Aires, Sarratea, y que fueran retirados los juicios de traición sobre Artigas y las tropas orientales.
Además, los orientales reclamaban que se mantuviera la ayuda militar para continuar el sitio a Montevideo y, lo más importante de todo, se exigía que se formara una confederación con todas las provincias unidas, renunciando cualquiera de ellas a dominar a las demás.
Se terminó esa sesión eligiéndose a los seis representantes que irían a la Asamblea General.
Dos días después, en un mediodía soleado, una gran parada militar se celebra frente a las murallas de la ciudad sitiada.
Por la tarde, baile y diversiones completan la fiesta popular.
El Congreso continúa.
***
El sistema
Estos días son de júbilo para los orientales.
El territorio de la Banda ya está casi todo en su poder, pues los españoles sólo gobiernan a Montevideo.
Habrá que ir fijando en leyes las garantías de los derechos y las libertades de los pueblos.
-Lo primero debe ser manifestar nuestra voluntad de ser libres- dice uno de los diputados.
-Yo creo que debemos dejar bien claro que nuestro ideal es una liga de amistad con las demás provincias, en la que todas sean iguales.
-Muy bien, muy bien- apoyan varios patriotas.
-Entiendo que para comerciar entre las provincias no debe pagarse impuestos.
-Mi pueblo- dice el representante de Maldonado- quiere estar abierto para todos los buques. Nos interesa mucho comerciar con Inglaterra.
-Pero si van a venir ingleses, ellos van a querer levantar iglesias protestantes. ¡Y nosotros somos católicos!
-La idea de Artigas es que todos los cultos religiosos se admitan- afirma un congresal.
-Tenemos que fijar los límites de nuestro territorio.
-Y reclamaremos los pueblos que todavía ocupan los portugueses.
Habla un viejo criollo pausado y seguro; habla un joven revolucionario y decidido; habla un sacerdote, habla un militar.
Horas y horas dura la discusión.
El día trece de abril quedan aprobados veinte artículos. Son las instrucciones que llevarán los diputados orientales para el desempeño de su cargo.
Ellas sostienen las principales ideas que defendieron siempre los patriotas, son las ideas que forman el sistema de Artigas:
LA IDEA DE LIBERTAD, que se establece en el artículo primero, el cual pide la independencia absoluta de estas colonias;
LA IDEA DE FEDERACIÓN, que se concretaba en un pacto entre todas las provincias: cada una de ellas conservaría su libertad y tendría su gobierno propio aparte del gobierno superior de la nación, que solamente entendería en los negocios generales del Estado, pero administrando cada provincia sus propios bienes y levantando sus propios regimientos;
LA IDEA DE REPÚBLICA, es la exigencia de una forma de gobierno republicano dividido entre quienes estructuran las leyes, los que las hacen cumplir y los que castigan a los que no las cumplen;
LA IDEA DE DEMOCRACIA, que se refleja en el pedido de total libertad civil y religiosa y de igualdad para los ciudadanos y los pueblos.
***
Nuevos enfrentamientos con Buenos Aires
Al inaugurarse el Congreso de Abril, Artigas habló de tres puntos por resolver.
Completándose las resoluciones de los vecinos, el día veinte se nombra un gobierno para la Provincia Oriental.
Este "Gobierno Económico", como se lo llamó, fue instalado en la villa de Guadalupe (Canelones) y desde allí realizó muchas obras en beneficio de la provincia.
Se trató de fomentar la producción, restablecer el orden en la campaña, marcar las atribuciones de los alcaldes y los comandantes militares de las distintas regiones.
Se comenzó a trabajar en un proyecto de Constitución.
En medio del combate contra la guarnición española de Montevideo y mientras se acrecienta la separación con los porteños, este primer gobierno patrio, pensando en el progreso del país, le pide al doctor Pérez Castellano que escriba sus apuntes sobre los estudios de agricultura que ha hecho en su chacra, para que sirvan a los que van a dedicarse de nuevo a trabajar la tierra.
***
A fines de mayo de 1813 llegan los diputados orientales a la Asamblea de Buenos Aires. Gran revuelo. Les niegan la entrada diciendo que la forma que se empleó para elegirlos no fue correcta.
La causa verdadera de que fueran rechazados no se dice, pero todos la saben: si se incorporan los diputados orientales, pasan a formar mayoría las provincias que quieren decretar la independencia y organizar una federación.
Y no era eso lo que buscaban los diputados de Buenos Aires. Ellos querían nombran un rey, que otorgara privilegios a su ciudad.
Rondeau es encargado por los porteños de proceder a elegir nuevos diputados por la Provincia Oriental.
En la capilla de Maciel, junto al arroyo Miguelete, se celebra la reunión en la primera quincena de diciembre de 1813.
En un ambiente de temor, se nombra a nuevos diputados, los que no presentarán ninguna condición especial a la Asamblea General.
De nuevo se ha desconocido la voluntad de los orientales, manifestada claramente en las resoluciones del Congreso de Abril.
Artigas se retira entonces de los muros de Montevideo.
Tres mil soldados lo siguen.
Posadas, en quien los porteños han concentrado el poder, declara traidor a Artigas y ofrece seis mil pesos a quien lo entregue vivo o muerto.
Artigas busca, en las provincias del litoral que han apoyado sus ideas, la ayuda que necesita frente al gobierno centralista de Buenos Aires.
Posadas entiende que eso significa la guerra.
Se ha iniciado la lucha abierta entre los dos sistemas.
***
En mayo de 1814, la flota española es derrotada por la escuadra revolucionaria en el Buceo.
En Montevideo, cercada ahora por tierra y por mar, no quedan alimentos más que para pocas semanas.
Así es como el 23 de junio se rinden los españoles y Montevideo queda bajo el dominio de Buenos Aires.
***
Pero las luchas entre orientales y porteños siguen.
Después de varias derrotas, las tropas artiguistas logran, a comienzos del año 1815, una victoria completa en Guayabos.
Los porteños tienen que abandonar a Montevideo.
***
Retrato de Artigas
Otorgués queda al frente del gobierno criollo, pero no está haciendo bien las cosas.
Gran cantidad de quejas llega hasta el campamento de Artigas.
Se cuenta que muchas mañanas se lo veía pasear a Artigas, enfundada su cabeza en un gorro blanco.
-El general está enojado- decían entonces los paisanos.
El treinta y uno de mayo de 1815 sale del Cabildo de Montevideo una delegación para hablar con Artigas.
En este viaje va el sacerdote Dámaso Larrañaga, quien anota diariamente todos los percances del viaje y las observaciones de las regiones que atraviesan.
A los dos días llegan al río Santa Lucía.
Larrañaga cuenta cómo lo cruzan.
"Unos paisanos se desnudaron y montaron a caballo, ya sin el recado, y se arrojaban al río para probar el lugar en que había menos agua; lo pasaron y repasaron varias veces, pero advertía que así que nadaba el caballo se arrojaban al agua del lado opuesto a la corriente, y agarrándose de la crin lo gobernaban dándole palmadas en la cabeza. Otros entre tanto hicieron pelotas de cuero con el pelo para adentro, formando cuatro picos recogidos y dejando plano el fondo.
Nosotros que veíamos todo esto tomamos confianza y nos resolvimos a pasar. Para ello ataron dos largos lazos a la cola de dos caballos, y prendiéndolos al coche tiraban de él".
Diez días después llegan a Paysandú, donde se alojan en la habitación de Artigas.
"Esta fue correspondiente al tren y boato de nuestro general: un poco de asado, caldo, un guiso de carne, pan y vino, servido en una taza por falta de vasos; cuatro cucharas de hierro, sin tenedores ni cuchillos sino los que cada uno traía, dos o tres platos de loza.
Acabada la cena nos fuimos a dormir y me cede el general no sólo su catre de cuero sino también su cuarto y se retiró a un rancho.
Hice tender mi colchón y descansamos bastante bien".
El gobierno oriental
CAMPAMENTO DE PURIFICACIÓN
Un grupo grande de criollos se ha reunido en torno al fogón en esta tarde de enero de 1816.
La enorme meseta que se alarga ante su vista cae a pico sobre el río Uruguay, cuyas aguas se aquietan después de pasar revueltas, hirvientes, por los peñascos del Salto.
Allí están los soldados de la patria, los que la hicieron nacer y la defienden.
Hombres fornidos, callados, de cabello largo y pie desnudo.
Cada uno de ellos podría contar cien hazañas suyas en los campos de batalla.
Pero no hablan. Sus cuerpos cubiertos de cicatrices, sus rostros endurecidos, sus miradas hablan por ellos.
Las noticias indican que están por llegar los recursos que han pedido al gobierno criollo, establecido en Montevideo.
Esperan semillas, arados, azadas y algunos picos y palas para convertir el campamento militar en un campo productivo.
Esperan armas, pues no alcanzan las que ellos mismos se construyen dirigidos por los indios armeros que envió Andresito.
Esperan cartillas y libros para aprender a leer.
A poca distancia de allí, sobre la colina, está el campamento de los orientales.
El Jefe está hablando con Monterroso, su secretario desde hace más de un año.
Monterroso ha sido quien bautizó este lugar con el nombre de Purificación, porque allí se ha de mandar a todos los enemigos, para que entiendan las razones de los patriotas, para que se convenzan de la justicia de esta lucha, para que se purifiquen.
Horas enteras se ve a Artigas y Monterroso hablar, discutir, leer, escribir.
Ahora los preocupa la situación de los indios.
A pesar de las recomendaciones que Artigas ha hecho para que se les den tierras para trabajar, en muchos lugares los consideran perjudiciales y no les prestan ningún auxilio. Y lo que necesita la campaña son brazos robustos que descubran su riqueza.
Monterroso prepara sus pliegos, su pluma y va escribiendo la carta que lentamente dicta Artigas:
"A mí, lejos de serme perjudiciales, me serán útiles. Es preciso que a los indios se trate con más consideración. Su ignorancia e inicialización no es un delito. Ellos deben ser condolidos más bien de esta desgracia, pues no ignora V.S. quién ha sido su causante. No podríamos preciarnos de patriotas siendo indiferentes a ese mal".
MONTEVIDEO EN 1816
Para festejar el sexto aniversario de la Revolución de Mayo, se inaugura la primera biblioteca pública, por iniciativa de Larrañaga y con la donación de los libros de Pérez Castellano.
Están allí las personas más importantes de la ciudad.
Se comenta la reapertura de la Casa de Comedias, ahora bajo la dirección del poeta Bartolomé Hidalgo, y se habla de que pronto aparecerá el "Periódico Oriental", o de la cantidad de aspirantes que hay para los empleos públicos.
-Silencio, que empieza a hablar Larrañaga.
Y el sacerdote dice:
-¡Mayo! ¡Mes de América!
¡Que tus días jamás se borren de nuestra memoria!
...
La apertura de esta biblioteca pública, como una parte de nuestras fiestas, eleva este pueblo a un rango tan alto de gloria que tiene muy pocos ejemplares en la historia literaria de las naciones.
...
Ha comenzado la hora de la patria libre.
Montevideo, primero gobernada en forma desacertada por Otorgués, ahora es rectamente administrada por Barreiro, delegado de Artigas, por el Cabildo y el comandante de armas Rivera.
Se han tomado muchas medidas para contribuir a la felicidad del país.
Se dividió el territorio de la provincia en seis departamentos, se habilitaron los puertos de Montevideo, Maldonado y Colonia para el comercio con los ingleses, se abrió de nuevo la escuela y lo más importante, lo que llena de felicidad a todos los criollos, "el arreglo de los campos".
El arreglo de los campos
Desde su juventud, Artigas había visto la necesidad de poblar la campaña, volver productivas inmensas extensiones de tierras que se mantenían en manos de unos pocos latifundistas sin beneficio para la nación, someter a rodeo todo el ganado, mejorar los métodos de producción; en una palabra, hacer "el arreglo de los campos" como acostumbraba a decir él.
En agosto de 1815, pide al Cabildo que indique a todos los poseedores de tierras que las deben poblar y ordenar en un plazo de dos meses, pues de lo contrario "esos terrenos serán depositados en brazos útiles, que con su labor fomenten la prosperidad del país".
El diez de setiembre de ese año, Artigas firma el "Reglamento provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados", algunos de cuyos artículos copiamos aquí:
1- Primeramente el señor alcalde provincial, además de sus facultades ordinarias queda autorizado para distribuir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario, siendo el juez inmediato en todo el orden de la presente instrucción.
6- Por ahora el señor alcalde provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno en sus respectivas jurisdicciones los terrenos disponibles, y los sujetos dignos de esta gracia; con prevención de que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán se agraciados con suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y la de la provincia.
7- Serán igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos o serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros, y éstos a cualquier extranjero.
11- Después de la posesión serán obligados los agraciados por el señor alcalde provincial o demás subalternos a formar un rancho y dos corrales en el término preciso de dos meses, los que cumplidos, si se advierte omisión se les reconvendrá para que lo efectúen en un mes más, el cual cumplido si se advierte la misma negligencia, será aquel terreno donado a otro vecino más laborioso y benéfico a la provincia.
12- Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallen indultados por el jefe de la provincia para poseer sus antiguas propiedades.
15- Para repartir los terrenos de europeos y malos americanos se tendrá presente si éstos son casados o solteros. De éstos todo es disponible. De aquellos se atenderá al número de sus hijos, y con concepto a que éstos no sean perjudicados, se les dará lo bastante para que puedan mantenerse en lo sucesivo, siendo el resto disponible si tuviere demasiados terrenos."
Este es un documento para pensar mucho.
Leyéndolo, podemos tener una idea de la situación de la campaña en ese momento y las razones que llevaron a Artigas a tomar la medida de repartir las tierras.
Para hacer esta reforma, se les quitaban las tierras a algunos y se repartían entre muchos. Los artículos 6, 7, 12 y 15 señalan con claridad a unos y a otros.
El artículo 6, sobre todo, hay que analizarlo con detención, porque muestra con claridad el sentido de justicia social que dirigió las ideas de Artigas.
La obligación de construir ranchos y corrales y la imposibilidad de vender los campos, prueban que Artigas pensaba en solucionar con este arreglo varios problemas: el de la despoblación de la campaña, el de la falta de producción y el del desarraigo de los criollos, acostumbrados a no afincarse en un lugar.
Recién puesto en práctica el Reglamento para el fomento de la campaña, la invasión de los portugueses y otras causas impidieron que se continuara el reparto de tierras.
Pero, pensando, podemos llegar a concebir las consecuencias que hubiera tenido para el país, si el propósito de Artigas se hubiera cumplido.
***
La Liga Federal
La bandera tricolor de Artigas flamea desde los primeros meses de 1815 en todos los pueblos de la Provincia Oriental.
Es blanca en el medio, azul en los extremos y con un listón rojo, signo "de la sangre derramada para sostener nuestra libertad e independencia", como decía Artigas en el decreto de creación.
Bandera tricolor también se alza en Entre Ríos, la primera provincia del otro lado del Uruguay que apoyó la causa artiguista. Allí los entrerrianos de Hereñú, unidos a los gauchos de Otorgués, ganaron juntos el combate de Espinillo, con el que se liberó la provincia del dominio de Buenos Aires. También se alza la bandera artiguista en Corrientes, cuyo Cabildo declaró en abril de 1814 la independencia de la Provincia bajo el sistema federativo y nombró al general José Artigas como su Protector.
Del otro lado del Paraná, en Santa Fe, las fuerzas federalistas en marzo de 1815 reemplazan al gobernador por Candiotti, querido vecino de esa ciudad y viejo amigo de Artigas.
Candiotti enseguida se pone en contacto con el Jefe de los Orientales.
En la plaza de Santa Fe se iza la bandera federal, con un diseño igual al que conocemos nosotros.
Tres días de salvas saludaron la nueva bandera.
Días después, la Asamblea Provincial de Córdoba declara la independencia de esta provincia y se coloca "bajo la protección del General de los Orientales".
Córdoba se ha decidido "a sostener el Pabellón de la Libertad", manifiesta Artigas.
Al norte, las Misiones, con sus poblaciones indígenas comandadas por Andrés Guacararí, el fiel Andresito, también enarbolan la bandera de Artigas.
Levantarán esa bandera en tantas luchas, soportará tantos soles y lluvias, que, tiempo después, un observador la describe en lugar de los tres colores comunes como roja, blanca y... verde.
Todas estas provincias están unidas por una misma idea: ser libres y permanecer en una federación. Las une, además, la necesidad de defenderse de los ataques de Buenos Aires.
Por eso han resuelto formar una Liga Federal que quedará bajo la protección de Artigas.
En junio de 1815 parten de estas provincias delegados que van a juntarse en el arroyo de la China, para constituir el Congreso de Oriente.
De esta reunión de federalistas, sale una delegación hacia Buenos Aires dispuesta a negociar un acuerdo con las autoridades porteñas.
Las tratativas fracasan y se inicia una nueva etapa en la lucha entre los dos sistemas.
***
La invasión portuguesa
La figura de un chasque cruza el horizonte.
Es un punto oscuro que no se detiene en su carrera entre los cerros, Tan pronto desaparece entre la tupida mancha de un bosque como alza su figura en la cumbre de una cuchilla.
Bordea montes de talas y espinillos, atraviesa el arroyo Negro, cruza la cuchilla de Haedo y así llega hasta las tropas orientales.
Pide para hablar con el general Artigas.
-Novedades muy graves, mi general. Los portugueses han entrado al territorio oriental por el sur. El general Pintos tomó la fortaleza de Santa Teresa, y sigue su marcha hacia Montevideo.
-Descanse. Que lo atiendan. Va a cambiar de caballo y va a llevar otro mensaje.
Artigas razona. Si bien la defensa de Montevideo es importante, no se pueden distraer en ella más tropas. Lo principal es defender todo a lo largo del río Uruguay, que es el centro de nuestra Liga. Por otra parte, por el norte vienen los portugueses con el plan de apoderarse de las Misiones e invadir luego a Corrientes y Santa Fe.
-¡Correo! Vaya hasta las márgenes del Ibicuy donde el teniente Andrés Guacararí comanda las fuerzas patriotas del norte.
Llévele estas órdenes: en lugar de defendernos, tenemos que atacar; en lugar de esperar al enemigo llevaremos la guerra al propio territorio portugués. Que Andresito comience la invasión por Itaquí, para sitiar luego a San Borja. Avisaremos a Sotelo, que está del otro lado del río Uruguay, para que lo cruce en la zona del Yapeyú y se una a las fuerzas de Andresito. ¡Rápido, correo!
-Sí, mi general.
Y taloneando la nueva cabalgadura, rompe a correr presuroso, llevando mensajes, trayendo noticias, repitiendo órdenes.
Cien veces vieron los campos orientales cruzar a los chasques.
Cien veces se detuvieron estos delante de Artigas, para traerle una buena noticia, que lo llenaba de alegría.
Pero, últimamente, iban siendo cada vez más frecuentes las novedades de fracasos de los patriotas.
Los chasques le traían sólo el dolor de la derrota.
¡Cómo habrá sufrido Artigas al saber que Montevideo había caído en manos de los portugueses de Lecor y que muchos vecinos los habían esperado con fiestas y regalos!
¡Cuánto dolor habrá sentido al saber que el regimiento de libertos, los negros que al declararse libres se habían unido a sus tropas, había desertado y marchado a Buenos Aires!
¡Cómo le habrán dolido las derrotas de San Borja, de Carumbé, del arroyo Catalán!
¡Cómo se habrá sentido solo cuando supo que habían caído prisioneros sus tenientes más fieles: Andresito, Otorgués, Lavalleja!
En Tacuarembó, el 22 de enero de 1820, es su última derrota frente a los portugueses.
¡Ni un solo pedazo de su tierra oriental es ahora libre!***
Luchas en el mar
Fines de 1819.
El río Paraná en verano es un ancho espejo de luz.
En sus orillas barrosas, sauces y ceibos tratan de elevarse entre los espesos matorrales.
Sobre la margen derecha del río se alza la vieja ciudad de Santa Fe.
De pronto, allá en la línea del horizonte, cinco pequeñas manchas oscuras empiezan a crecer.
Las manchas se alargan, toman forma de altos palos que sostienen velas y cabos.
Ya se divisan cerca. Son el falucho "Oriental", y el "Artigas" y tres naves más que completan la flota artiguista que cuida esta región.
El mando está a cargo de Pedro Campbell, irlandés que ya ha prestado muchos servicios a la patria.
Se sabe que la escuadra porteña navega hacia el norte y es necesario destruirla para que no se puedan producir nuevos desembarcos que sorprendan a las tropas que luchan en tierra.
Ya está a la vista la escuadra de Buenos Aires. Trae un poderoso "brick", el "Aranzazú", un bergantín, una goleta y varios lanchones artillados para arrojar piedras.
Hubac, el jefe de los porteños, forma su escuadra en línea de batalla.
Cuando se acercan más los orientales, da la orden de fuego.
Con extraordinario acierto, le pegan al "Oriental", destrozan su arboladura y abren en su casco una brecha por la que penetran las aguas, inclinando la embarcación.
Nuevos tiros siembran el desconcierto a bordo. El "Oriental" se hunde. Su tripulación intenta salvarse. Se arroja al río. El "Artigas" se adelanta a recoger a esos hombres y a distraer el ataque porteño hacia otro frente.
Campbell da órdenes a la artillería oriental. Pero un nuevo golpe certero de los porteños causa profundas averías, ahora en el "Artigas".
Todo está perdido. Pero Campbell, el irlandés con sangre de criollo, no retrocede. Grita: "¡Al asalto!", y en lanchones y barcos pequeños se lanzan los orientales al abordaje de las naves porteñas.
Los gauchos y los indios que están a órdenes de Campbell no entendían mucho esos combates marinos, de pelear a la distancia. Pero saben bien lo que es jugarse la vida con su lanza, con su machete, con su cuchillo.
Las naves porteñas, sorprendidas, maltrechas, se ponen de nuevo en marcha y se retiran derrotadas hacia San Pedro.
En el Paraná ese día se alzó orgulloso y triunfante el pabellón tricolor de Artigas.

Los corsarios de Artigas
Los enemigos de los patriotas eran muchos y poderosos.
Contra los porteños, la escuadra de Campbell resistió hasta 1820. Pero los portugueses los acosaban desde todas direcciones.
Entonces recurrió Artigas a una medida usual en aquellos años., "dar patente de corso" a los capitanes de navíos que se comprometieran a perseguir y hostilizar barcos de países enemigos de la Provincia Oriental.
La nave corsaria izaba en su palo mayor la bandera tricolor y quedaba desde ese momento bajo la protección de las leyes de la Provincia. Formada su tripulación por hombres conocedores del oficio de navegar, salía del Río de la Plata hacia el Atlántico y andaba en ruta al norte, hacia el Mar de las Antillas, vigilando el océano hasta avistar una nave portuguesa o española.
Aunque el enemigo muchas veces tenía naves de mayor porte y con grandes cañones, los corsarios se valían de su velocidad y facilidad de maniobra para superar la artillería del barco contrario y acercarse lo suficiente a él.
La orden del capitán: "¡Al abordaje!" era esperada ansiosamente por los corsarios para saltar a la borda enemiga y luchar cuerpo a cuerpo con la tripulación europea. Si triunfaban los artiguistas, el barco apresado era llevado hacia puertos de Venezuela, las Antillas o México, donde un tribunal decidía si aquella embarcación era "buena presa". En ese caso, los corsarios la podían retener y apropiarse de su cargamento, cuyo valor se repartía entre los marinos y la Provincia Oriental.
En mares tan distantes de nuestro suelo como el Caribe o el Mediterráneo, estas naves alzaron la bandera tricolor, símbolo de una pequeña nación que no se rendía.
Eran los corsarios de Artigas..
***
La derrota
La lucha era desigual: por un lado grandes ejércitos con abundantes pertrechos de guerra, y por otro montones de gauchos desarrapados.
Por cuatro años, los campos de la patria fueron testigos del valor, del sacrificio de nuestros criollos.
Cuando toda la Provincia Oriental cayó en manos de los portugueses, Artigas con sus tropas pasó a las provincias del litoral argentino, donde tantos hombres lo habían seguido, donde tantos caudillos se habían fortalecido a su sombra.
Pero ahora Artigas ya no es un militar victorioso.
Viene de perder todas las batallas en su tierra.
Es entonces cuando Ramírez, López, sus amigos, sus protegidos, también lo desconocen y firman con Buenos Aires el Pacto del Pilar.
Por ese pacto, Buenos Aires acepta el sistema federal, pero desconociendo la autoridad de Artigas y comprometiéndose a ayudarlo sólo con vagas promesas.
López se sentía muy fuerte ahora en Santa Fe, y Ramírez había visto crecer su prestigio en Entre Ríos; por eso, se sintieron con fuerzas para separarse de Artigas y aun para combatirlo.
Artigas firma, entonces, el Pacto de Ávalos, que une las provincias de Corrientes, Misiones y la Provincia Oriental.
Seis derrotas consecutivas liquidan las fuerzas de Artigas.
Estaba vencido. Busca el norte.
Al cruzar el Paraná, grupos de indios le salen al paso y le piden que vuelva.
Pero Artigas no volvería.
Lejos de la patria
Mi general, ¿está despierto?
¿Sabe en qué me estoy fijando?
Que ya hace 30 años que vinimos a estas tierras paraguayas.
¿Se acuerda de cuando llegamos? Fueron tiempos duros al principio. Primero el dictador Francia lo encerró a usted en el convento de la Merced. Después, fuimos al Curuguaty y ahí sí que trabajamos lindo. ¡Buena tierra, buenas gentes! ¡Cómo lo querían a usted!
Allí vino a verlo aquel sabio. ¿Cómo se llamaba? El que le trajo el librito con las leyes orientales de 1830...
Ya no tiene tanta memoria el viejo Ansina, ¿eh?
Pero una tarde se lo llevaron preso a usted. Parece que le tenían miedo al general Artigas y resolvieron encerrarlo.
Al tiempo, ¿se acuerda?, lo liberaron y le mandaron decir si quería volver a la patria. ¡Pero estamos tan viejos ya!
Por el 45 nos vinimos para Ibiray. De todo esto me estaba acordando cuando usted dormía.
De cuando vino su hijo José María. Y de aquel francés que le hizo un retrato debajo del Ibirapitá.
Mi general, ¿cómo dice? ¿El caballo? ¿Su morito?
Sí, ya se lo voy a ensillar y vamos a trotear un rato juntos.
En cuanto aclare vamos a ir hasta la casa del presidente, así que ya voy a ensillar, ¿oye, mi general?
Mi general, ¿no me oye?
Artigas ya no lo oye. Ha muerto.
Es el 23 de setiembre de 1850.

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